martes, 22 de septiembre de 2009

Dios le bendiga, Mr. Rosewater.

ando leyendo un libro muy bonito que compre en la feria del libro usado... me gusto mucho por la portada (esa mamada de "no juzgues un libro por la portada" es algo que le dicen a los niños feos)y se llama "Dios le bendiga, mr. rosewater" al parecer trata de un tipo que esta loco y tiene mucho dinero y como esta loquito le quieren quitar su dinero metiendose en muchas situaciones bizarras y comicas.

Este pedazo en lo personal me gusto mucho ya que de cierta manera es una idea que traigo pero aun no se muy bien como expresarla, es parte de un discurso que dio el abuelo del protagonista:

Me gustaría hablar del emperador Octavio, de César Augusto, de cómo llegó a ser conocido. Este gran humanista, pues era un humanista en el más profundo sentido de la palabra, tomó el mando del Imperio romano en un período degenerado, muy parecido al nuestro. La prostitución, el divorcio, el alcoholismo, el liberalismo, la homosexualidad, la pornografía, el aborto, la venalidad, el crimen, el control del trabajo, la delincuencia juvenil, la cobardía, el ateísmo, la extorsión, la difamación y el robo estaban en el pináculo de la moda. Roma era el paraíso de los gangsters, los pervertidos y los haraganes, lo mismo que ahora es América. Como sucede hoy en nuestro país, las fuerzas de la ley y el orden eran abiertamente atacadas por la multitud, los niños crecían desobedientes, no tenían respeto alguno por sus padres ni su país; ninguna mujer decente caminaba segura por la calle, ¡ni siquiera a mediodía! Los extranjeros listos, avispados y dedicados al soborno florecían por todas partes. Y, muy por debajo de los grandes cambistas de la ciudad, estaban los honrados granjeros, la espina dorsal del ejército romano y el alma de Roma.

»¿Cómo resolver aquel estado de cosas? Había entonces liberales blandos, como hay liberales torpes ahora, que dijeron lo que los liberales dicen siempre después de que han llevado a una gran nación a esa condición ilegal e incomprensible: “¡Pero si estamos mejor que nunca! ¡Fijaos en la libertad! ¡Pensad en la igualdad! ¡Mirad cómo hemos arrojado de la escena la hipocresía sexual! La gente se avergonzaba antes cuando pensaba en la violación y la fornicación, ¡pero ahora pueden hacerlo alegremente cuando quieran!”

»¿Y qué podían decir los terribles y serios conservadores de aquella época feliz? Bueno, no quedaban muchos, se morían de ancianidad en medio del ridículo. Sus hijos se habían vuelto contra ellos gracias a los liberales, a los proveedores del sol y la luna sintéticos, a los inútiles políticos que practicaban el strip-tease, a la gente que amaba a todo el mundo, bárbaros incluidos. ¡Aquellos imbéciles amaban tanto a los bárbaros que querían abrirles todas las puertas, que los soldados dejaran sus armas y que los bárbaros entraran en el Imperio!

»Esa era la Roma a la que volvió César Augusto después de derrotar a aquellos dos maníacos sexuales, Antonio y Cleopatra, en la gran batalla naval de Accio. No creo necesario repetir todo lo que pensó cuando visitó la Roma que debía gobernar. Guardemos unos momentos de silencio, y que cada uno piense lo que quiera de los chanchullos de hoy.

Hubo, pues, un momento de silencio, de unos treinta segundos, que a algunos les parecieron mil años.

—Y ¿qué métodos utilizó César Augusto para poner orden en todo aquello? Hizo lo que nos dicen a menudo que no debemos hacer, lo que afirman que jamás servirá de nada: convirtió la moral en ley, y reforzó aquellas leyes irrebatibles con una fuerza de policía cruel y que jamás sonreía. Y a partir de entonces fue ilegal que un romano se condujera como un cerdo. ¿Me oís? ¡Ilegal! Y los romanos que eran cogidos actuando como cerdos eran colgados de los pulgares cabeza abajo, arrojados a los pozos o a los leones, o sufrían experiencias que les inculcaran el deseo de ser más decentes y respetables de lo que eran. ¿Sirvió de algo? ¡Ya podéis apostar las botas a que sí! ¡Los cerdos desaparecieron como por arte de magia! Y ¿cómo se llama el período que siguió a esa “opresión inconcebible”? Nada más y nada menos, amigos y vecinos, que “la Edad de Oro de Roma”.

»¿Piensa alguien que sugiero que debemos seguir ese sangriento ejemplo? ¡Pues sí! Apenas transcurre un día en el que no diga de un modo u otro: “Forcemos a los americanos a ser tan buenos como debieran”. ¿Piensa alguien que creo que debemos echar a los canallas a los leones? Bien, pues para dar gusto a los que se complacen en imaginarme dominado por las pasiones primitivas, dejadme decir: ¡Sí, claro que sí, esta misma tarde si es posible! Para desilusionar a mis críticos, diré que estoy hablando en broma. No me divierten los castigos crueles y extraños, no. Me fascina el hecho de que una zanahoria y un palo sea lo que hace andar a un burro, y que este descubrimiento pueda tener cierta aplicación en el mundo de los seres humanos.
Etcétera. El senador dijo que la zanahoria y el palo se habían convertido en el Sistema de Empresa Libre, tal como lo concibieron los Padres Fundadores; pero que los seres bondadosos, tan bondadosos que pensaban que la gente no debía tener que luchar por nada, habían alterado la lógica del sistema hasta hacerla irreconocible.

—En resumen —dijo—, veo dos alternativas ante nosotros: podemos convertir la moral en ley y reforzar duramente esos preceptos morales, o volver al verdadero Sistema de Empresas Libres, que incluye en él la justicia fundamental de César Augusto de “Lucha o perecerás”. Favorezco enfáticamente la última alternativa. Hemos de ser duros para convertirnos de nuevo en una nación de buenos luchadores, dejando que perezcan los débiles. Ya he hablado de otra época difícil en la historia antigua. En caso de que hayáis olvidado el nombre os refrescaré la memoria: la Edad de Oro de Roma, amigos y vecinos, la Edad de Oro de Roma.

Hallelujah por eso!

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